Supongamos que un buen día salen a las calles todas las mujeres de este país a barrer el frente de sus casas. ¿Se imagina usted esta pintoresca y casi utópica escena?
Bueno, pues así lo imaginó también José Saramago en su novela Ensayo sobre la lucidez, quien narra un pasaje similar en el que las mujeres de una ciudad anónima toman la decisión de invadir las calles “armadas con escobas, cubos y recogedores”, todo esto debido a la huelga declarada por los trabajadores del servicio de recolección de basura.
En la ciudad sin nombre que nos relata Saramago ocurre algo particularmente alarmante: sus habitantes deciden ejercer sus derechos ciudadanos de la noche a la mañana.
¿Y si eso mismo pasara en México? ¿Si un día nos levantáramos todos y cada uno de los habitantes de este país con el firme propósito de ser ciudadanos en todo el sentido de la palabra? Con la voluntad para respetar las leyes, para dejar de ser corruptos, para pagar impuestos, para actuar solidariamente, pero sobre todo, para tener la capacidad de exigir el respeto a nuestros derechos políticos, económicos y sociales como una condición necesaria para el buen funcionamiento de un gobierno democrático.
Muchos de los problemas que enfrentamos en la actualidad tienen que ver con la incapacidad de los gobiernos para responder a las crecientes demandas de la sociedad y para hacer prevalecer un efectivo estado de derecho. Esta situación no es nueva. Gobiernos ineficientes han existido en todas las épocas y las respuestas de las sociedades han sido diferentes para cada uno de los casos. Entonces, ¿qué es lo que hace que una sociedad sea exigente y no sólo demande cuentas a sus gobernantes sino que además realice las acciones adecuadas para promover la eficiencia de todo el aparato gubernamental?
La democracia es sin duda el orden político de nuestros días. Está de moda. Sin embargo, el simple hecho de contar con un gobierno que ostente la etiqueta de “democrático” no basta. El buen funcionamiento de la democracia como régimen político depende en gran medida de las acciones emprendidas por la sociedad civil.
¿Qué es lo que le falta a la sociedad civil en nuestro país?
Civismo. Participación. Cultura política.
Es verdad, la falta de cultura política en nuestra sociedad parece ser un mal tan arraigado que resulta muy difícil revertir. Diría Federico Reyes Heroles que “no contamos todavía con demócratas por convicción”; tal vez tiene razón pero yo todavía albergo la esperanza de que esta situación cambie para bien.
Ya hemos sido testigos de algunas tendencias positivas: la práctica del “dedazo” en épocas priístas también parecía imposible de superar y hoy en día los mexicanos vivimos la posibilidad de elegir al candidato por el que votamos y no al predilecto del presidente en turno, y así como van las cosas (¡y las encuestas!) podemos vislumbrar en el 2006 posibilidades reales de una nueva alternancia en el poder.
Claro está, tampoco pretendo que la sociedad civil cargue con toda la responsabilidad de los males que sufre nuestro país. Por eso creo que también es necesario señalar el obstáculo enorme que representan la pobreza y la exclusión social para el ejercicio de la ciudadanía, puesto que aquéllos que sólo se encuentran dedicados a la urgencia cotidiana de sobrevivir, difícilmente participan en la política. Y esta situación constituye una manera más de cerrar los espacios públicos en los regímenes democráticos de nuestros días, contribuyendo a la formación de una masa de ciudadanos “desciudadanizados” que no hacen más que incrementar la amenaza latente de la ingobernabilidad, del estallido social y de un posible retroceso al autoritarismo de décadas pasadas.
Con relación a este último punto resulta pertinente comentar que en un estudio realizado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo 2004 sobre democracia, 57% de la población de América Latina aceptaría de nuevo el autoritarismo si ello conlleva prosperidad.
En este sentido, la paradoja de la inclusión política y la exclusión social se convierte entonces en uno de los grandes desafíos y retos para la consolidación de la democracia y de una ciudadanía participativa.
Así como la democracia es un ideal, el concepto de ciudadanía también lo es. Es cierto, no existe la sociedad civil perfecta, pero no puedo concluir sin citar una frase de Carlos Vilas que refleja la importancia de ejercer una ciudadanía plena y efectiva: “Más que una simple contradicción en los términos, una democracia sin ciudadanos es un proyecto político para la exclusión social”.
- Amaya
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