Corría el año 2005 y yo me encontraba estudiando la maestría en Monterrey, mientras trabajaba en un lugar horrible del que luego les contaré en otro capítulo de "Chambas de antología".
Pues resulta que dejé ese trabajo de pesadilla y me puse a buscar chamba enseguida. Estaba desesperada, pero lo maravilloso del asunto es que Iván y Mariana me contaron de una vacante en una escuela que buscaba maestros de francés.
Esperen... ¿Qué? ¡Maestros de francés! Justo lo que quería.
Se trataba del Instituto Culinario de México (ICUM). Fui a las entrevistas y rápidamente me contrataron. No podía estar más feliz: La escuela quedaba mil veces más cerca que mi trabajo anterior y daban la carrera de chef (¿hay algo más cool?), el horario era perfecto, el sueldo estaba muy bien, mi supervisora no se metía conmigo, las instalaciones eran bastante decentes y la mayoría de mis alumnos eran buena onda y estaban interesados en mis clases (nunca falta al que le vale gorro).
Algo que me sorprendía era el interés del ICUM por que sus estudiantes aprendieran francés. Realmente era algo de alabar. Mis alumnos llevaban 10 horas de francés a la semana. Sorprendente, ¿no? Ni siquiera las escuelas de idiomas cuentan con cursos tan intensivos.
Como era una escuela para chefs, pues tenía que dirigir mis clases a temas culinarios. Un día, por ejemplo, les pedí a mis alumnos que hicieran la presentación en francés de una receta y que prepararan el platillo en cuestión durante la clase. Como no se permitía entrar con alimentos al salón, mis alumnos se la tuvieron que ingeniar para representar los ingredientes con otros materiales.
Sólo recuerdo que fue divertidísimo.
Una vez, me tocó un grupo de seis alumnos en el que había dos chavas que estaban totalmente renuentes a aprender. "Es que no me gusta el francés", "es que no le entiendo", "es que no nos sirve de nada", "es que la clase es muy temprano".
Sí, es cierto, la clase era a las 7:00 am, pero cuando les expliqué que Francia es cuna de las cocinas más importantes del mundo y que si querían ser chefs reconocidos en México era básico entender la cocina francesa y tal vez viajar a París para tomar algún curso, entonces y sólo entonces, las empecé a ver más contentas con la clase.
Mi más grande satisfacción fue que sus calificaciones empezaron a mejorar y tiempo después, cuando ya estaban tomando otro curso con otro profesor, fueron corriendo a decirme que todo eso ya se lo sabían porque se los había enseñado yo y que me extrañaban mucho. ¡Awww!
En fin... Estuve muy contenta en el ICUM hasta que tuve que dejarlo en junio de 2006, justo antes de casarme y de irme a vivir al D.F.
Así es la vida, chavos.
- Amaya