Por Víctor Kerber y Amaya Marichal
Artículo publicado por la revista INTEGRATEC
La competencia por el voto ciudadano está reñida. Para elegir, no basta con conocer las tendencias de popularidad de los candidatos, sino ir hasta el fondo de su discurso y de las personas que los rodean.
Los procesos electorales suelen ser imperfectos si se tiene en cuenta que muchos votantes quedan insatisfechos con los resultados o que pueden elegir a líderes pérfidos, como Adolfo Hitler en Alemania. Y tampoco son procesos equilibrados, puesto que hay ocasiones en que ascienden a un gobierno, personajes que en términos reales fueron elegidos por una minoría de la población.
Si la democracia deriva de procesos imperfectos, riesgosos y desequilibrados, cabe preguntarse para qué defenderla. La mejor respuesta, aunque quizá no sea muy convincente, la ofreció Winston Churchill: “La democracia es lo menos malo que conocemos entre los sistemas políticos hasta ahora inventados”.
Durante decenios, México fue dominado por un sistema que tenía una elevada cuota de originalidad. Varios politólogos y analistas intentaron comprenderlo: para unos era una “democracia dirigida”, para otros, una “dictadura perfecta”. Había partidos que derrochaban dinero en campañas, candidatos y elecciones; y sin embargo, todos sabían de antemano quién iba a ganar.
Cuando el pleno poder hizo que los presidentes perdieran conciencia de que la presidencia era finita y sin posibilidades de reelegirse, y cuando la corrupción se salió de todo control, comenzaron a aparecer señales de cambio, tales como el movimiento estudiantil del 68 o las concentraciones masivas de otros sectores inconformes de la población, en 1988. Finalmente, en 2000, por primera vez llegó a la Presidencia un candidato distinto al del partido hegemónico, con lo cual México se estrenó como un país auténticamente democrático.
Ahora toca de nuevo el turno de participar en la elección del próximo presidente de México, en julio de este año. Acudir a votar es de suma importancia, no sólo porque es un derecho que da la ley, sino porque el voto personal cuenta mucho para decidir el futuro inmediato de México. De nueva cuenta, se advierte que, como todo proceso, conlleva riesgos; se elegirá a una persona que, en el fondo, no se conoce. Pero dejar la decisión en manos de otros electores es un riesgo aún mayor.
Vaya una invitación a emprender esta acción cívica en forma cabal, razonada, preferentemente desprendida de apasionamientos. Aunque no se pertenezca a la masa acarreable, tampoco se es ajeno al bombardeo mediático donde los candidatos se ofrecen como productos de mercado, marcas de moda o héroes con una solución infalible para cada problema del país.
Hace seis años se abrumó a la ciudadanía con mensajes acerca del “voto útil”: había que votar por el que presuntamente tendría mayores probabilidades de vencer al candidato oficial. Hoy el país se encuentra ante una situación a la inversa. Hay quienes piensan que aquel “voto útil” no lo fue tanto, y otros opinan que para qué votar si al cabo todos los candidatos son igual de malos. La calificación de las características personales es relativa, pues una misma actitud puede ser considerada por algunos como firmeza de carácter y liderazgo, mientras que otros piensan que es señal de autoritarismo.
Para emitir un voto razonado, además de verificar las propuestas de los candidatos, se debe dar seguimiento a sus discursos. Sus gestos, sus reacciones frente a las audiencias y sus deslices verbales dicen mucho acerca de cómo son realmente los aspirantes. Los candidatos presidenciales generalmente lo prometen todo, porque para ellos lo más importante en este momento es llegar al poder. Para los electores, en cambio, lo más importante es que llegue el “menos malo”, en el menos malo de los sistemas políticos.
La política no la hacen seres superdotados sino hombres y mujeres con cualidades y defectos, por lo que hay que observar y elegir.
Por otra parte, es necesario poner atención en aquellas personas que rodean a los candidatos, ya que serán ellas quienes eventualmente compartirán las actividades de gobierno. Sus exabruptos y jactancias pueden ser incluso mejores indicadores que las tendencias de popularidad. En síntesis, los equipos de campaña son más reveladores que aquél a quien pretenden encumbrar.
Un último consejo para emitir un voto racional sería consultar las opiniones de los analistas, no porque tengan acceso a secretos, sino porque generalmente se fijan en cosas que para uno pueden pasar desapercibidas. Informarse es una exigencia. Giovanni Sartori, politólogo italiano, dijo que el gran problema de las democracias es que movilizan a una masa de desinformados. Por eso es que, como nunca, la corresponsabilidad en el gobierno del país es nuestra, no sólo de quienes serán elegidos.