Algunas de las explicaciones sociológicas y psicológicas de la aparición de las dictaduras latinoamericanas afirman que éstas no son sólo el resultado directo de una situación donde convergen un lado dominante y uno sumiso, sino que también son el producto de un machismo llevado al extremo de lo absurdo.
De esta forma, la idea del hombre fuerte ("caudillo") y de un pueblo débil se encuentra presente hasta el último rincón de los países de América Latina.
En este sentido, resulta curioso que muchas de las obras latinoamericanas que recurren al tema de la dictadura presentan al poder político como una prolongación de la sexualidad de los dictadores.
Dos de esas novelas son La fiesta del chivo (Vargas Llosa) y El otoño del patriarca (García Márquez). En ellas, ha ciertos paralelismos que no pasan desapercibidos y que se convierten en los ingredientes principales de la trama: la megalomanía y la paranoia de los dictadores; el totalitarismo del gobierno; la asfixia y el ejercicio del poder a través del terror; la aprobación (y apoyo) de Estados Unidos a los proyectos de los dictadores; los asesinatos disfrazados de accidentes o suicidios; la corrupción y la violación de conciencias; la legitimidad de los dictadores otorgada por un pueblo que ha transferido -voluntaria o forzadamente- el proceso de toma de decisiones al sistema.
En La fiesta del chivo, resulta casi inverosímil que un personaje con las características tan peculiares de Rafael Leónidas Trujillo resultara tan aterrador para todos. Tal vez ahora nos parezca patético que este personaje tratara de ocultar sus carencias haciendo gala de las actos más atroces y, sin embargo, tenía a todo el país a sus pies.
Y es que dicen que cada país latinoamericano tiene su fantasma dictador: Nicaragua tiene a Somoza, Venezuela tiene a Juan Vicente Gómez, El Salvador tiene a Maximiliano Hernández, Paraguay tiene a Stroessner, Cuba tiene a Machado, Guatemala tiene a Estrada Cabrera, pero el peor de todos dicen que es Rafael Leónidas Trujillo de República Dominicana.
En El otoño del patriarca, en cambio, García Márquez no hace referencia a un dictador en particular, sino que combina los rasgos más sobresalientes de los dictadores latinoamericanos y crea un personaje singular de edad incalculable que se convierte en una leyenda. Llama la atención el comportamiento generoso que presenta el patriarca hacia su madre, una anciana que vivía humildemente sin estar consciente de ser una de las personas más ricas del mundo. Esta generosidad contrasta con los horrores que es capaz de cometer contra quienes lo "traicionan", como es el caso del general Rodrigo de Aguilar, quien había organizado un golpe contra el patriarca pero en el último momento es asesinado y su cuerpo es servido como el plato principal en un banquete al que asisten los oficiales que habían participado en la conspiración:
Eran las doce, pero el general Rodrigo de Aguilar no llegaba, alguien trató de levantarse, por favor, dijo él, lo petrificó con la mirada mortal de que nadie se mueva, nadie respire, nadie viva sin mi permiso hasta que terminaron de sonar las doce, y entonces se abrieron las cortinas y entró el egregio general de división Rodrigo de Aguilar en bandeja de plata puesto cuan largo fue sobre una guarnición de coliflores y laureles, macerado en especias, dorado al horno, aderezado con el uniforme de cinco almendras de oro de las ocasiones solemnes y las presillas del valor sin límites en la manga del medio brazo, catorce libras de medallas en el pecho y una ramita de perejil en la boca, listo para ser servido en banquete de compañeros por los destazadores oficiales ante la petrificación de horror de los invitados que presenciamos sin respirar la exquisita ceremonia del descuartizamiento y el reparto, y cuando hubo en cada plato una ración igual de ministro de la defensa con relleno de piñones y hierbas de olor, él dio la orden de empezar, buen provecho señores.
- Amaya
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