Un parpadeo. Un temblor. Una sonrisa en los ojos. Una mueca invisible. Un rastro de hipocresía. Un gesto sincero. Una mirada que dura más de lo normal. Yo no soy como los demás. Yo todo lo percibo. Todo me llega. Todo lo veo. Nada se puede esconder a mis ojos. Ellos son agudos, traspasan paredes y máscaras. Desnudan a los actores. Puedo adivinar el siguiente paso. Y la verdad es que es un tormento. A veces creo que necesito no saber, no intuir, no pensar, no ver. Y es que a mi mente le gusta volar, pero a veces se quema con el sol. Y regresa al laberinto del que escapó...
Una palabra me puede afectar como un látigo o me puede conmover como un beso. Un abrazo me calma el corazón. Una garganta llena de lágrimas me contagia. Todo lo siento. Intensamente. ¿Virtud? ¿Castigo? No lo sé. Sólo sé que la tristeza me duele, y cuando siento ese dolor no es sólo del alma, éste traspasa las fronteras de lo posible y se convierte en un dolor físico, en una opresión, en un golpe en el pecho... Pero así como siento físicamente la tristeza, también puedo sentir el amor. No son mariposas, sino un calor que me invade. ¡Qué primitiva soy! Me hacen falta tantas respuestas. No sé si soy más razón o más sentimiento. Todo lo pienso y todo lo siento. Pero voy más allá: Todo lo doy...
- Amaya
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