Segunda historia:
Soy el marido de esta mujer que acaba de contar la historia –dijo un señor que debía ser por lo menos unos 20 años mayor que la joven rubia y guapa. Todo lo que ella ha dicho es cierto. Pero hay algo que ella no sabe y que no he tenido el valor de comentarle. Voy a hacerlo ahora.
Cuando ella se fue a las montañas, yo no conseguí dormir en toda la noche y empecé a imaginar –con detalles- lo que estaba pasando. Ella llega, la chimenea está encendida, se saca el abrigo, se saca el jersey, no lleva sujetador debajo de la camiseta fina. Él puede ver claramente el contorno de sus senos.
Ella finge que no se da cuenta de su mirada. Dice que va a la cocina por otra botella de champán. Lleva unos vaqueros muy ajustados, anda despacio, e incluso sin volverse, sabe que él la mira de los pies a la cabeza. Vuelve, hablan de cosas verdaderamente íntimas, y eso les da una sensación de complicidad.
Agotan el asunto que la llevó hasta allí. Suena el teléfono celular –soy yo, quiero saber si todo va bien. Ella se acerca a él, pone el teléfono en su oído, ambos escuchan mi conversación, una conversación delicada, porque sé que es tarde para hacer cualquier tipo de presión, lo mejor es fingir que no estoy preocupado, sugerirle que aproveche el tiempo en las montañas, porque al día siguiente debe volver a París, cuidar de los niños, hacer las compras para la casa.
Cuelgo el teléfono, sabiendo que él ha escuchado la conversación. Ahora ambos –que estaban en sofás separados- están sentados muy juntos.
En ese momento dejé de pensar en lo que estaba sucediendo en las montañas. Me levanté, fui hasta el cuarto de mis hijos, después fui hasta la ventana, vi París, ¿y sabe de qué me di cuenta? De que aquel pensamiento me había excitado. Mucho, muchísimo. Saber que mi mujer podía estar, en aquel momento, besando a otro hombre, haciendo el amor con él.
Me sentí terriblemente mal. ¿Cómo podía excitarme con eso? Al día siguiente hablé con dos amigos; evidentemente no me utilicé como ejemplo, pero les pregunté si, en algún momento de sus vidas, les había resultado erótico cuando, en una fiesta, sorprenden la mirada de otro hombre en el escote de su mujer. Ambos rehuyeron el tema –porque es tabú. Pero ambos dijeron que es genial saber que tu mujer es deseada por otro hombre: no fueron más allá de eso. ¿Sería una fantasía secreta, escondida en el corazón de todos los hombres? No lo sé. Nuestra semana ha sido un infierno porque no entiendo lo que sentí. Y como no lo entiendo, la culpo a ella por provocar en mí algo que desequilibra mi mundo.
Cuando ella se fue a las montañas, yo no conseguí dormir en toda la noche y empecé a imaginar –con detalles- lo que estaba pasando. Ella llega, la chimenea está encendida, se saca el abrigo, se saca el jersey, no lleva sujetador debajo de la camiseta fina. Él puede ver claramente el contorno de sus senos.
Ella finge que no se da cuenta de su mirada. Dice que va a la cocina por otra botella de champán. Lleva unos vaqueros muy ajustados, anda despacio, e incluso sin volverse, sabe que él la mira de los pies a la cabeza. Vuelve, hablan de cosas verdaderamente íntimas, y eso les da una sensación de complicidad.
Agotan el asunto que la llevó hasta allí. Suena el teléfono celular –soy yo, quiero saber si todo va bien. Ella se acerca a él, pone el teléfono en su oído, ambos escuchan mi conversación, una conversación delicada, porque sé que es tarde para hacer cualquier tipo de presión, lo mejor es fingir que no estoy preocupado, sugerirle que aproveche el tiempo en las montañas, porque al día siguiente debe volver a París, cuidar de los niños, hacer las compras para la casa.
Cuelgo el teléfono, sabiendo que él ha escuchado la conversación. Ahora ambos –que estaban en sofás separados- están sentados muy juntos.
En ese momento dejé de pensar en lo que estaba sucediendo en las montañas. Me levanté, fui hasta el cuarto de mis hijos, después fui hasta la ventana, vi París, ¿y sabe de qué me di cuenta? De que aquel pensamiento me había excitado. Mucho, muchísimo. Saber que mi mujer podía estar, en aquel momento, besando a otro hombre, haciendo el amor con él.
Me sentí terriblemente mal. ¿Cómo podía excitarme con eso? Al día siguiente hablé con dos amigos; evidentemente no me utilicé como ejemplo, pero les pregunté si, en algún momento de sus vidas, les había resultado erótico cuando, en una fiesta, sorprenden la mirada de otro hombre en el escote de su mujer. Ambos rehuyeron el tema –porque es tabú. Pero ambos dijeron que es genial saber que tu mujer es deseada por otro hombre: no fueron más allá de eso. ¿Sería una fantasía secreta, escondida en el corazón de todos los hombres? No lo sé. Nuestra semana ha sido un infierno porque no entiendo lo que sentí. Y como no lo entiendo, la culpo a ella por provocar en mí algo que desequilibra mi mundo.
El Zahir
Paulo Coelho
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