Si hay un discurso que me ha cautivado durante años, ese es el que dio Fidel Castro en la Cumbre Iberoamericana en la Perla Tapatía hace ya más de 15 años. Me lo sé casi de memoria.
Recuerdo ese día y esos momentos perfectamente. Todos en la casa estábamos esperando que hablara Fidel. Mi papá, incluso, subió el volumen de la tele (cosa que nunca hace), mientras yo iba en busca de mi grabadora para poder capturar todas las palabras que cupieran en un cassette usado de 60 minutos.
Uno a uno, iban transmitiendo los pronunciamientos de los diferentes personajes políticos, cuando por fin tocó el turno de la isla caribeña.
Y entonces, lo terrible sucedió: Se fue la señal.
- ¡Esto es cosa de los pinches gringos!, sentenció mi papá cuando la pantalla se puso toda mosqueada.
Pronto volvió la señal y ahí estábamos, sentados frente a la televisión, dejándonos seducir por uno de los más grandes seductores de la historia.
El discurso de Fidel fue enorme, no en su duración, pero sí en su alcance, en su prosa, en la realidad tremenda que nos presentaba a todos los que lo escuchamos: "Siempre hay un canto nuevo de sirenas para los eternos navegantes en que nos hemos convertido...", reza mi parte favorita y que ahora, con ayuda de Pável, traigo a colación:
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Discurso pronunciado por el Comandante Fidel Castro en la sesión inaugural de la Primera Cumbre Iberoamericana, efectuada en Guadalajara, Jalisco, el día 18 de julio de 1991.
Por primera vez nos reunimos los latinoamericanos sin que nos convoquen otros. Ya por ello nuestro encuentro asume un carácter histórico. Confiamos en que tendrá gran trascendencia y que nuestro diálogo será constructivo y fecundo. Agradecemos profundamente al entrañable México y a su Presidente la brillante iniciativa; nunca antes fue tan necesaria y oportuna.
Por décimo año consecutivo la crisis económica continúa afectando al conjunto de nuestras economías. El producto por habitante no rebasa hoy el nivel alcanzado hace 13 años. La relación de intercambio es un 21% peor que al comienzo de la década de los 80. La deuda externa sigue siendo superior a los 400 000 millones de dólares, a pesar de que la región ha realizado una transferencia de recursos hacia el exterior por valor de 224 000 millones en solo ocho años. La inflación alcanzó niveles sin precedentes en este período.
Las políticas emanadas de las grandes potencias económicas y los organismos financieros internacionales bajo su control, no han traído el desarrollo, pero sí han llevado la pobreza a más de 250 millones de personas; no han servido para traer el capital extranjero, pero han propiciado la exportación de capitales hacia países desarrollados. América Latina tiene hoy mucho menos peso que hace 20 años en la economía mundial.
El enorme costo social y humano de estas realidades se expresa en términos de hambre, enfermedades, analfabetismo, barrios marginales, decenas de millones de niños sin hogar, casi la mitad de la población desempleada, subempleada o desnutrida.
No nos hagamos ilusiones, estas son las tristes realidades que desgastan y desestabilizan a los gobiernos a la velocidad de la luz. A pesar de nuestra cultura, idioma e intereses comunes, durante casi 200 años, desde que la mayoría de América Latina alcanzó su independencia, hemos sido divididos, agredidos, amputados, intervenidos, subdesarrollados, saqueados. Convertido a oro físico el total del valor de las divisas convertibles netas que salen de América Latina cada año, es superior al de todo el oro y la plata que España y Portugal extrajeron durante 300 años. Y así se postula todavía que podemos desarrollarnos. Nos han impuesto, además, sueños y modelos de consumo enajenantes y despilfarradores que no solo envenenan y arruinan el planeta, sino que son incompatibles con las necesidades racionales de 4 mil millones de personas que viven en un Tercer Mundo cada vez más pobre.
Nunca hemos sido capaces de alcanzar nuestros objetivos con nuestras propias fuerzas, a pesar de los inmensos recursos de nuestra naturaleza y la inteligencia de nuestros pueblos. Pudimos serlo todo y no somos nada.
Siempre hay un canto nuevo de sirenas para los eternos navegantes en que nos hemos convertido. No hablo ya de bloqueos, guerras sucias, invasiones mercenarias o con el empleo de las fuerzas armadas de la potencia militar más poderosa de este mundo, que se han repetido escandalosamente a nuestra vista en este hemisferio durante las últimas tres décadas; me refiero a ilusiones como la Alianza para el Progreso, el Plan Baker, el Plan Brady, y la última de las fantasías: una Iniciativa para las Américas.
Mientras tanto la unidad, la imprescindible, vital e ineludible unidad entre nuestros Estados, que brilló siempre por su ausencia y de modo especial en la gran crisis de la deuda, ¿dónde está?, ¿cuándo estará?, ¿cómo estará?
Frente a los grandes grupos que hoy dominan la economía mundial, ¿hay acaso lugar en el futuro para nuestros pueblos sin una América Latina integrada y unida? ¿Es que no seríamos capaces de ver que únicamente unidos podemos discutir con Estados Unidos, con Japón y con Europa? ¿Es que solo cada uno de nosotros puede enfrentar esa colosal tarea? Las grandes potencias económicas no tienen amigos, solo tienen intereses.
El mundo marcha en una dirección todavía peor: la hegemonía política mundial por una superpotencia que muchas veces se ha excedido en el uso de la fuerza. Se pretende utilizar para ese hegemonismo, incluso, los propios mecanismos de las Naciones Unidas. Nunca como hoy fue tan importante proclamar y defender intransigentemente el principio de que la independencia y la soberanía de cada Estado son sagradas. El irritante privilegio del veto en el Consejo de Seguridad debe desaparecer por anacrónico, peligroso e injustificado. Para hablar de democracia tenemos que comenzar por democratizar la Organización de Naciones Unidas. Únicamente por un mundo mejor y más justo, las naciones pueden ceder una parte de sus prerrogativas, Cuba entre ellas que, sin embargo, no cederá jamás a ninguna presión de cualquier país por poderoso que sea.
Pienso que aunque aquí se pueden discutir muchas cosas, lo esencial de esta reunión y lo que le daría su verdadero sentido histórico, es la decisión de aunar nuestros esfuerzos y nuestras voluntades hacia la integración y la unidad de América Latina, no solo económica sino también política.
A esa América Latina integrada y unida, Cuba está dispuesta a pertenecer, a discutir con ella cualquier tema, e incluso a derramar su sangre defendiendo lo que es hoy la primera trinchera de la independencia y soberanía de nuestros pueblos. Es un deber que Martí expresó en su carta póstuma, víspera de su muerte en Dos Ríos: "Impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América."
Ha llegado el momento de cumplir con hechos y no con palabras la voluntad de quienes soñaron un día para nuestros pueblos una gran patria común que fuese acreedora al respeto y al reconocimiento universal.
Muchas gracias.