Ayer me preguntaron si me arrepentía de estar con López Obrador. Dije que no. Eso no significa que estuviera a favor del plantón, de su designación como "presidente legítimo" durante la pasada convención nacional democrática o de otras formas de hacer política. Sin embargo, me parece de una simpleza enorme que la gente lo tache de loco. Afirmar esto es negar la existencia de millones de personas que están HARTAS del sistema, de las instituciones, de la injusticia, de la miseria... Este hombre, que aparentemente ha cruzado el límite de la cordura, es el reflejo de los muchos pendientes que deja el gobierno federal. Es la prueba de que hay algo que no va bien en nuestro país. No entiendo por qué muchos se ofenden cuando manda al diablo a las instituciones con sus típicos desplantes retóricos. Es muy fácil criticarlo por sus frases estridentes, pero hay que analizar el fondo de sus declaraciones. ¿A caso podemos decir que la policía, el IFE, la Iglesia, el IMSS, los sindicatos, la Presidencia, los diputados y senadores, los Tribunales, el Ministerio Público son instituciones de las que debemos estar orgullosos? Creo que no.
En fin... Encontré este artículo de Sergio Aguayo con el que identifico muchos puntos de coincidencia con mi forma de pensar. ¡Disfrútenlo!
- Amaya
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Veneros de ira
Por Sergio Aguayo
Tiempos de incertidumbre y dudas sobre el futuro acerca del cual es difícil, y hasta insensato, aventurar pronósticos. Me conformo con señalar tres veneros que han alimentado la ira.
Reduccionismo. Es fuerte la tentación de comprimir la realidad en una variable y culpabilizar a Andrés Manuel López Obrador, a Vicente Fox o al malvado destino de lo que está pasando. La simplificación es común porque reduce el esfuerzo intelectual y reafirma prejuicios pero impide apreciar todas las variables en juego.
Imposible ignorar los errores estratégicos y tácticos, los excesos retóricos de López Obrador o la afectación de terceros por el bloqueo de Paseo de la Reforma. Sin embargo, también contribuyeron, y de qué manera, Felipe Calderón, los medios masivos de comunicación, la cúpula empresarial y, sobre todo, el actual presidente Vicente Fox.
Unidimensionalidad. Cuando los hechos o variables se congelan en una sola dimensión se pierde la riqueza surgida de la comparación. Por ejemplo, puede afirmarse sin temor a equivocarse que el conflicto se nutrió del enfrentamiento entre Fox y López Obrador pero resulta más importante razonar sobre los motivos que llevaron al enfrentamiento.
Fox triunfó en el 2000 con la bandera del cambio, pero en el 2001 capituló ante las fuerzas del antiguo régimen. En ese momento, López Obrador le arrebató la bandera de reformador, lo que provocó en Fox un resentimiento sordo que, combinado con las diferencias ideológicas y la presión de grupos interesados, explican la intensidad con la que Fox aprovechó su cargo para frenar al tabasqueño. Al costo que fuera. La fractura creció y polarizó a una sociedad ya predispuesta por factores tan objetivos como la distribución del ingreso o tan subjetivos como el racismo o el clasismo. En el futuro habrá que observar si se mantiene esa dialéctica en la relación Calderón-López Obrador o si se modifica por la interacción del PAN y el PRI con el Frente Amplio Progresista (PRD, Convergencia y el Partido del Trabajo).
Negar al contrario. El enojo ha hecho visible la viejísima costumbre de ignorar al adversario. Entre los que la practican están actores que, en el papel, tienen otra función. El periódico español El País se ha destacado por la dureza de sus críticas editoriales a López Obrador; y sin embargo también informa sobre la negación que realizan los medios electrónicos. El lunes pasado, el corresponsal Francesc Relea escribió sobre el "silencio que han impuesto las dos mayores cadenas de televisión -Televisa y TV Azteca- a todas las acciones del líder" perredista.
Es una actitud contraproducente porque violenta hechos tan objetivos como la existencia de un movimiento de protesta capaz de reunir en varias ocasiones a más de un millón de personas. Es un error infantil porque existen canales alternativos que, aunque menos importantes, alimentan de información, opinión y visibilidad a los menospreciados.Participo en el programa semanal Primer Plano que transmite el Canal 11 del Instituto Politécnico Nacional. Durante el 2006 se ha duplicado la audiencia de ese programa, y en la zona metropolitana ya compite con sus equivalentes de las grandes cadenas (en el resto del país la señal del 11 llega por cable). El aumento en la influencia podría deberse a que cada panelista defiende o critica a los actores sin regatearles su peso o mérito y respetando la opinión de quienes comparten la mesa.
Aceptar la realidad facilita su manejo. En estos momentos vivimos un conflicto alimentado por factores estructurales como la distribución del ingreso; visiones ideológicas y utopías en conflicto sobre el pasado o futuro; y las acciones relativa mente autónomas de instituciones y personas. En el viejo régimen se negaban conflictos de este tipo porque contradecían el mito de la unidad nacional que giraba en torno al Señor Presidente (nos gustara o no había que escribirlo con mayúscula porque había maestros prestos a condenar impertinencias juveniles). En un régimen democrático eso es imposible porque vive de una diversidad que exige pronunciamientos claros; bastante difíciles por cierto porque nuestra cultura política está chapada de ambigüedades.
Aprovecho para aclarar mi ubicación y responder a múltiples preguntas y cuestionamientos. Sin militar en partidos, siempre he formado parte de la izquierda cívica e intelectual porque defiendo una versión de los derechos humanos que incluye a la equidad de géneros, el medio ambiente, la diversidad sexual, etcétera. Ello significa que en algunos temas estoy contra los planteamientos de la derecha, a la que ni minimizo ni niego. De ser posible dialogo o debato. En el contexto actual, hay ocasiones en las que coincido y otras en las que estoy en desacuerdo con los planteamientos de López Obrador.
Hay quien piensa que mi postura afecta mis opiniones. Sin negarlo del todo, fui entrenado como académico y ello significa que estoy acostumbrado a separar mis preferencias de lo que escribo que, por otro lado, debe siempre contar con una base fáctica o lógica.Entender los veneros de la ira no desaparece el conflicto; lo hace más manejable. En la diversidad no tenemos que amarnos; basta con respetar nuestro derecho a ser diferentes y ponerse de acuerdo sobre las reglas para la batalla... y respetarlas porque, cuando no se hace, aparecen conflictos como el que vivimos.